Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo. ISSN 1669-9092 |
KONVERGENCIAS LITERATURA Año II Nº 4 Primer Cuatrimestre 2007 |
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LA LITERATURA COMO SIGNO: FICCIÓN, REPRESENTACIÓN Y FANTASÍA DANIEL ALEJANDRO GÓMEZ (ESPAÑA) |
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El signo y el
hombre individual La verdad
no es nunca una equidad. El Panta Rei
es un hecho, incluso en la verdad y en los signos. Todo fluye, nada es dos veces
la misma cosa, nada es reproducible: la individualidad, lo único, es, al
menos como lógica, una realidad. No hay dos hechos iguales, así como no hay
dos signos iguales, y, finalmente, no hay verdades estrictas. Es decir, y
hablando rigurosamente, no hay igualdad entre el signo y lo significado.
Entre el pensamiento, cuando tiene intención de reproducir la realidad, y la
realidad. Hay, cuando hay un grado patente de semejanza, una representación
semiótica, pero nunca una reproducción. La realidad, los hechos del mundo,
son irreproducibles. La comunicación humana, en su calidad verista, es una
forma de representar; y, ya lo veremos, como individuos que somos, cada uno
tiene sus representaciones, por lo que la comunicación, estrictamente
hablando, es inviable: jamás dejamos de ser Panta Rei, jamás dejamos de
fluir, de distinguirnos y de ser, por ende, individuos, e individuos en
nuestros signos y en nuestros desarrollos semióticos únicos. Y la equidad en
nuestros signos, y la comunicación rigurosa, no es, hablando en lógica,
posible; aunque claro que nos comunicamos, o, más bien, entramos en contacto
mediante los signos. Por lo tanto, así como somos
individuos, e irrepetibles, también hay una individualidad del signo; y no
hay equidad, por ende, intersígnica, comunicacional. Hay contacto sígnico en
los humanos, pero no estrictamente comunión, comunidad, comunicación. Asimismo, y yendo al asunto, así
como hay individuos e individuos que hacen signos, que son semióticos, hay individualidad
literaria; los signos en el cerebro-mente son individuos para un individuo;
los signos, pues, como atributos del hombre individual, son entes que también
individualizan al individuo. La literatura es un signo
literario, y está dada para un significador individual literario que
semiotiza un libro escrito, o una producción oral. Significador individual, pues.
Atributo individualizante del hombre individual: el homo litterarius. Como
productor, y como receptor. Y homo semioticus en fin, ya que
este ensayo prefiere el término semiótica y semiosis antes que semiología o
semántica. Semiótica entendida como la ciencia o disciplina que estudia los
signos en general, y, además, los lingüísticos. Dentro de estos últimos, en
su especificidad estética o perturbativa- para el caso de las transgresiones
de la belleza canónica, como el feísmo por ejemplo-, el signo literario y su
semiosis. Las diferencias entre la ficción
representativa y la ficción fantasiosa de esta semiótica literaria se verán,
en parte, bajo el paraguas de la individualidad, del hecho único, del signo-
en su concepción productiva o receptiva- individual. A cada receptor un
individuo. Y cada recepción es, y ya veremos ello más adelante, única,
irrepetible. Es intransferible; es, pues, inigual respecto a las restantes
consumiciones literarias, aunque puede ser semejante a otras recepciones. Las
distintas recepciones permiten, en parte, el debate entre la fantasía y la
representación, más allá de la intención productiva. Productor, pues, individual;
receptor individual. Y ello en ese signo literario, que es único e
irrepetible como el individuo. Por demás, está esa
irrepetibilidad que es vista no solamente como hecho natural y físico, sino
también como hecho temporal, arrojado en el tiempo: lo significado y el
signo, en efecto, fluyen, como fluye el tiempo semiótico, y así fluye la
semiosis literaria también. No podemos bañarnos en el mismo río porque el río
fluye, pero nosotros también fluimos. Los signos y lo significado fluyen en
el tiempo; pero también nosotros, los que tenemos dotes semióticas, y por
ejemplo literarias, fluimos en la sucesión, estamos en el tiempo. Uno de los
contextos individualizadores del signo y el signo literario es el tiempo, la
variabilidad y fluencia temporal. La semiosis de la palabra “casa”, por
ejemplo, y en un individuo, es irreproducible e inequitativa, aunque puede
ser semejante, en dos tiempos semióticos distintos. Así, el hombre, pese a su
posibilidad social, tiene una realidad individual importante, y teniendo en
cuenta, además, otros hechos contextuales además del influjo del tiempo. Cada hombre es único, y
determinado, pues, por hechos intrínsecos y extrínsecos: por los hechos
físicos del mundo, la interacción humana, pero también los hechos psíquicos y
físicos de él mismo, como la creación o recepción literaria según su propio
horizonte de experiencias. Así como el signo, un atributo del hombre, es
individual, su asiento, el ser humano, también tiene una importancia patente
individual, una unicidad parametrada por circunstancias temporales y físicas,
por su propio horizonte de sucesos y experiencias, su propia dote
experiencial y razonadora única e irrepetible, que lo hace experimentar y
razonar de manera distintiva respecto a los otros individuos. El hombre individual puede ser
el individuo político, el individuo social, el individuo económico, pero nos
centraremos en el individuo sígnico; o sea, en la individualidad humana de la
recepción y producción del signo, como hecho humano que es, y, sobre todo, en
el individuo sígnico literario. El hombre individual- y su
importancia individual, más allá de sus posibilidades sociales, y sus
posibilidades interactivas de contemplación o experimentación del mundo
externo- tiene un signo, una semiosis individual: El signo, pues y entre otros atributos humanos, que
ayuda a realizar al individuo. Signo y literatura Es decir, no hay un signo y lo
significado iguales, equivalentes. Así, cuando hablamos o proferimos
veritalmente, hemos de resignarnos, hablando rigurosamente, al mayor grado de
semejanza posible. Debemos, pues, resignarnos a una figuración del mundo. Por
lo tanto, la verdad es cosa de semejanza; los hechos sónicos y visuales del
mundo real o extrasígnico no son iguales a la semiosis cerebro-mental, que es
única, fluyente, irrepetible, individual. Y claro que hay, en la
producción verbal, por ejemplo, más allá de la sígnica en general, intención
de verdad. Hay, por lo tanto y dentro del terreno de la intencionalidad, una
verdad también aintencional: el signo puede asemejarse notablemente a lo
significado, pero, en fin, sin intención… La intención, lo veremos, tanto
de creación como de consumo, es un atributo destacable para facultar a un
texto ficticio de representativo o fantasioso; de tender éste, exitosamente o
no, hacia la fantasía o la mimesis. No entraremos aquí en definir a
la literatura, en el esencialismo o esencialidad de la literaturiedad; se
entiende la literatura en un concepto de sentido común: es un texto, un
lenguaje dado, con un sentido semántico y unas formas de intenciones
estéticas, o de conmoción o perturbación para los sentidos psíquicos e
incluso físicos humanos. Texto que, además, es producido y recibido, que es
atributo de la dote individual semiótica del individuo. La obra literaria, por otra
parte, es un signo, pero así como un cuerpo está formado de elementos
corporales, un signo de obra literaria completa está formado de elementos
semióticos. Y a cada signo un individuo, y a cada receptor una recepción, y a
cada recepción una propia, individual y fluyente constitución de elementos
semióticos recibidos. El signo completo, pues, la obra
literaria completa- poema, novela, relato, etc.-, tiene un tejido pertinente
de signos, según el filtro del receptor, para la elucidación del signo
completo, de la obra. Mientras que, para el autor, la obra toda está
constituida por los signos concebidos. Y más allá de la intención autoral del
signo, el receptor procede o no, según su propia intención de consumo- y
según patrones, entre otros, como la atención, el gusto y los prejuicios
intelectuales que permiten la elección y la pertinencia del tejido semiótico
literario- a la semiosis, pero parametrada, del signo completo literario, sea
novela, cuento, poema… Es decir que, en el signo completo literario, en la
obra, el receptor semiotiza, según estos patrones, solamente parte de la
obra; conforma un tejido elegido de semiosis para llegar a su propio signo
literario completo, que será, como hecho físico y temporal, como Panta Rei, individual. Los elementos del signo completo
pueden ser oraciones, temas, frases, palabras, grupos de palabras… El
receptor establece las individualidades con esa materia verbal, establece los
elementos pertinentes, los constituyentes, del signo dado, según las formas de
expresión suprafonemáticas. Y así compone su propio signo literario completo. Por supuesto que cada hombre, lo
dijimos y repetimos ahora, es un individuo. Y cada hombre es un receptor
individual de signos. Y un receptor individual de signos literarios, con un
tejido propio y un signo completo propio de la obra literaria. Cada receptor
es también, y en su calidad de receptor, un individuo. La recepción verbal
literaria, como atributo de los hombres y del signo, es un individuo. Ello es
parte, claro, de la individualidad del signo, de la individualidad de la obra
y semiosis literaria, producida y recibida. Y así pues, en su carácter de no
comunicabilidad estricta, el receptor es incapaz de establecer equidad con la
semiosis literaria del productor. El receptor, por lo tanto, como
un atributo o don humano, el consumidor semiótico, el receptáculo de la
materia verbal ficticia, es un individuo, como es individual la recepción.
Así que, formalmente, la experiencia semiótica literaria es intransferible.
La semiosis receptiva es única, como el individuo, y cada recepción tiene su
individuo, por lo que la recepción es única, irrepetible. Hablando
rigurosamente, habrá tantas interpretaciones de lo producido como receptores,
habrá tantos seres humanos como individuos, habrá tantos individuos como
individuos semióticos, y habrá, finalmente, tantos individuos semióticos como
individuos semióticos literarios. Cada receptor, en la obra dada,
conforma el signo completo de la obra; elige, pues, los signos pertinentes
para el tejido receptivo; dicho tejido, si damos el caso hipotético de que
haya dos lectores que elijan el mismo tejido para el texto completo, habrá de
tener su individualidad al respecto, su inequidad con otras recepciones;
aunque no excluya, como en la relación signo-lo significado, la semejanza. En
las diferencias entre la elección del tejido, influyen las circunstancias
antedichas- de tiempo, de relación con uno mismo y con el mundo- del hombre
individual, del individuo semiótico. Y, obviamente, el tejido elegido para la
semiosis de la obra completa fluye, como fluye el individuo receptor; así
como se considera el horizonte de sucesos individual, en la naturaleza, en la
interacción con el mundo y los hombres, del individuo receptor. La recepción,
lo recibido en la semiótica literaria es, más por ello, un individuo, un
individuo sígnico; y que puede representar o que puede fantasear. Que puede, por lo tanto, ser
ficción sin dobles intenciones, más allá del registro imaginario; o tener
oculto y velado, en cambio, un lenguaje veraz, un ancla en la realidad… Un pensamiento, pues, en la imaginación. Representación y
fantasía Y actualización de
la potencia literaria La ficción, más allá del ensayo literario,
es la característica de la literatura. Se entiende a la ficción, en este
ensayo, como lo opuesto a la verdad o intención directa de verdad. Se
entiende a la ficción como una falsedad deliberada, una falsedad funcional y
positiva, estética. O también perturbativa; que intenta, pues, conmover,
también positivamente, a los agentes del proceso semiótico literario, más
allá de las normas ortodoxas de la belleza.
La ficción tiene una
característica destacablemente semántica, de contenido; una semántica
falsaria, ilusoria. Sin entrar en formalismos poiéticos, en la estética
verbal, en la capacidad estésica de las obras ficticias en su lenguaje, el
contenido literario, en cuanto a su carácter epistémico, es ficcional; es
decir, la literatura es un lenguaje inverídico, falso. Pero, y abarcando la
episteme y sin entrar en rigores esteticistas, esta falsedad tiene
características que la pueden hacer representacional, mimética, propositiva
indirectamente. O no, en el caso de la plenitud falsaria de la obra de
fantasía, cuyo objeto semiótico, tajante en su conceptualidad, reside
únicamente en la mente-cerebro, en la elaboración semiótica sin relación
extrasígnica. La característica del lenguaje
literario es la falsedad; pero claro que la falsedad, así como la verdad,
como el lenguaje veraz, ha de tener una connotación; en este caso, a
diferencia del lenguaje directamente veraz, la connotación, la espiritualidad
textual ficticia, ha de ser tajante. La connotación de la ficción,
por demás, puede ser intencional o no, como en el lenguaje veraz. Aunque ello
se refiere a la tajante inintencionalidad verídica de los textos fantasiosos.
El lenguaje ficticio representacional, en cambio, tiene una connotación en su
sentido mimético, una tendencia e intención connotativa autoral, y que es
meditada por la intentio autoris hacia la relación real de signo y lo
significado; y ello más allá de lo que decida, de lo que semiotice, la praxis
receptiva, la consumidora del material verbal imaginativo, y, también, más
allá de la realidad del texto en sí. Más allá, digamos, del texto literario
noúmenal… La connotación representativa
refiere y patentiza, pues, la indireccionalidad de la verdad literaria, en la
imaginación representativa. La posibilidad de verdad
indirecta, sugerida, nos permite distinguir entre la ficción fantasiosa,
intencional o no, y la ficción, también intencional o no, representativa;
ficción, la última, que intenta una semejanza entre el signo literario y lo
significado indirectamente hacia la realidad. Claro que las intenciones no son
realidades, no siempre. Dentro de la bipolaridad, de la díada,
productor-receptor, un productor puede hacer fantasía y recibirse ella como
representación, o un productor puede hacer representación y ser recibido ello
como fantasía. Asimismo, y respecto a una carga biográfica de la que ya
hablaremos, el receptor puede tener intenciones, prejuicios semióticos
digamos, de recibir fantasía y, en cambio, recibe, semiotiza, una
representación. Y a la inversa. En esta distancia entre las
intenciones y la práctica- entre, por ejemplo, lo que quiere el autor y lo
que semiotiza, realiza y actualiza el receptor-, poseemos el manantial de las
interpretaciones consumidoras: el individuo de la recepción. Lo que es una
abogacía más por la individualidad del signo y, consecuentemente, del signo
literario. De la unicidad, en cuanto a autoría y recepción, de la obra de
sentido completo y sus elementos constituyentes. Dentro de la inequidad
semiótica- y de la individualidad, pues, en general del hombre, incluyendo a
su aparato psiconeural y su signidad-,
esas diferentes recepciones, ese individuo receptorio, pues cada recepción es
única como su receptor y el signo, conforman sin embargo una mayoría
interpretacional. Esa abstracción cuantitativa, podríamos decir, establece el
significado establecido, fantasioso o representativo, de una obra literaria.
Interpretación ortodoxa, digamos, que puede distinguirse, además, del
significado, del resultado semiótico establecido por la comunidad académica.
Entre ambas abstracciones podemos llegar a una abstracción mayor: el de la
interpretación crítica-público, que será útil para elucidar- y para el canon
de la explicación receptiva digamos- una obra literaria en cuanto a su
representacionalidad o fantasiosidad. Así, en lo representativo, hay
una doble semiosis, en cuanto a su variación cualitativa según veremos.
Cuando es recibido representacionalmente, pues, el signo literario, ese signo
de falsedad ilusoria, es reactor; es decir que, luego de la primera semiosis,
se reactiva el aparato sígnico de los consumidores literarios de la
representación, o que interpretan una tendencia representativa. Se reactiva
la realidad cerebro-mental, psiconeural, pues, en los receptores; y se hace
entonces una nueva semiosis, ahora sí relacionándola con lo cósico real, pero
fuera del registro de la fantasía. Esta semiosis, de intención de
verdad, indirecta veritalmente, ha de tener su grado de semejanza o
desemejanza. Su verdad o no. Cuando hay semejanza, entonces,
una obra literaria ha sido-mediante recursos lingüísticos semánticos o
formales, mediante los recursos de la ilusión de la falsedad, de la falsedad
vista como ilusión y no como engaño o mentira- una semejanza veraz entre
signo y lo significado sugerido. Para esta relación, esta semántica y forma
verital, está la relación signo-lo significado puramente ficcional como signo
reactor a su vez, que constituye un nuevo signo, un signo agente en pro de la
relación signo-lo significado como verdad o intención de verdad, como representación
literaria en suma. El resultado de la primera semiosis es un signo, entonces,
que activa la otra semiosis: la semiosis cuya relación signo-lo significado,
lo dijimos, apunta a un mundo real. El lenguaje fantasioso también
tiene connotaciones, y puede tener uno o más procesos semióticos. Pero no
salen de la fantasía. Yendo, en este tema, a un
ejemplo, una vaca que vuela en una obra literaria narrativa puede hacernos
pensar, y la intención acaso sea la misma, también en caballos que vuelan.
Entonces, en ese nuevo signo, no se sale del registro fantasioso, pero, si de
resultas pensamos que nada es imposible ya que una vaca puede volar, de esa
manera podemos estar postulando una realidad, un postulado con intenciones de
verdad. Y el lenguaje, en ese caso, representa, intenta representar
literariamente, a la realidad; y es una ficción que tiende a presentar
nuevamente, que re-presenta, y bajo distintos modos, una realidad de lo
significado. Puede haber, por otra parte, una semiosis fantasiosa, una segunda
semiosis o haz semiótico en el signo que induzca solamente la misma fantasía,
como en el caso del caballo respecto a la vaca. Que se asiente, dicho proceso
semiótico, solamente en el bagaje y la fantasía psiconeural particular, en su
imaginación; sin salir del registro de la inventiva pura. En la connotación
representacional, en cambio, se halla la capacidad veraz de la literatura,
del lenguaje de ficción. La diferencia, en fin, reside en
si lo significado, como el signo en la mente-cerebro, también es puramente
conceptual. Es decir, si lo significado es
solamente producto de la imaginación semiótica, si lo significado existe
solamente en el aparato psiconeural imaginativo, o no. Un importante
parámetro, más allá de la soledad creativa, está en el receptor. Veamos algo
de ello. La fantasía y la representación,
la plasmación eficaz de la poiesis autoral en su intención de contacto
interpersonal, deja de ser un noúmeno, una cosa en sí ininteligible, en el
consumo literario. Para que el signo literario autoral se haga acto literario
y fenómeno más que noúmeno, para fenomenizarlo y actualizarlo en fin, hace
falta el receptor, la posibilidad numérica de las recepciones. Y en las
relaciones, para la fantasía o la representación, del receptor con la realidad.
En la fantasía, dichas relaciones están capacitadas para establecer un
alejamiento del signo, de la semiosis, con la realidad en sí y, sobre todo,
con la realidad del receptor. La fantasía, el registro de la semiosis
fantasiosa, es un asiento de la literatura, puramente, en la imaginación.
Literatura de falsedad plena, de palmario lenguaje estético-falso; o sea, de
ficción y fantasía. La realidad nos enseña, por
ejemplo, que hay sillas; la realidad nos enseña que hay aves, que tienen alas
y vuelan. La imaginación, el lenguaje literario y la ficción, por inducción
fantástica, podrían encajar la silla y las alas, y la silla volaría. Una
silla volante, en una obra literaria, solamente existe por una inducción de
la imaginación. Una inducción sin un propósito- ni directo, ni indirecto- de
verdad. La verdad entre la connotación verista, o representación, y la
connotación ilusoria plenamente, o la fantasía, se establece en si esa silla
volando tiene una nueva semiosis de distinto registro en la mente-cerebro; si
esa silla volando, que se establece como signo, puede interpretarse a su vez
en el consumo; y si esa interpretación, ese consumo y recepción, se ubica, o
puede ubicarse, en la realidad, fuera del registro inventivo. La ficción, en su calidad
mimética, establece una descripción o explicación, en el autor o en el
receptor, indirecta de la realidad; y que, además, puede ser disensual o
consensual. En cuanto a que disiente con lo
establecido respecto a lo que es la realidad, la literatura tiene una larga
tradición en este sentido; por otro lado puede asentir, en general
críticamente, con la realidad. Imaginemos que existe, en una obra, un anciano
jubilado, y existen en la realidad los hombres ricos. La abstracción, la
inducción de la imaginación mimética, puede instaurar un anciano jubilado
rico. En base a una obra literaria, claro. Este signo, el anciano jubilado
rico, en caso de la ficción de representación, refiere acerca de cómo es
supuestamente la realidad. En caso de que sea una fantasía, no hay topía; es
decir, hay utopía: el anciano jubilado rico no tiene topos, lugar, realidad.
Es solamente una fantasía, propuesta para los sentidos de la imaginación
receptora; y que se semiotiza en el mismo campo de la inventiva, de
imaginación en imaginación. Sin dar ese salto cualitativo, esa abstracción
hacia una propuesta, correcta o no, de la realidad, de la cosa real. Lo
significado conceptual, el objeto semiotizado que residente únicamente en el
cerebro-mente, es la ficción fantasiosa. El significado mimético es, en
parte, el que quiere aludir a una realidad extrasígnica, a una referencia al
mundo real, a una doble semiosis que sale del nivel fantasioso, como se dijo.
Primero, la semiosis básica,
entender qué es el signo. Y luego, mediante los recursos literario-lingüísticos,
la semiosis del signo connotado, que a su vez procede a otra connotación de
diferente calidad: entender qué quiso decir indirectamente como verdad… Es
decir, la espiritualidad representacional: el espíritu de la literalidad,
valga el oximoron, literaria, de la ficción realista. El signo
literario fantasioso es pasivo, en cuanto a que es, solamente, resultado de
un producto que no activa la semiótica de la realidad, de la veracidad; no
sale del campo de la imaginación. Una silla volando, en cambio, bien puede
activar otro signo de distinta calidad ficticia, en la semiosis
representacional indirecta. Pero los pensamientos relacionados con el tejido
textual lingüístico y semántico recibido sobre una silla volando, pueden
referir a algo también solamente existente en la imaginación. Alguno podría
pensar, podría significar, unos edificios volando al respecto. Ello no sale
de la fantasía; es el signo pasivo, el signo de la ilusión, de la ficción
fantasiosa. Pero el signo reactivo, el que puede hacer pasar de la calidad de
la fantasía a la calidad de la representación indirecta, es otra cosa. El
escritor escribe sobre una silla volando, entonces se puede reaccionar
semióticamente: el aparato psiconeural ve la imagen y el contenido mental de
la escritura o del soporte lingüístico de esa ficción, de esa literatura. Y,
más allá de la intención autoral, la intención consumidora elige, según sus
dotes y sus límites, reaccionar. Se convierte así en lo significado reactivo,
en una semiosis reactiva; que propone otra semiosis, en efecto, fuera del
campo imaginativo y fantasioso: una semiosis, una semiótica activa que sale
de la inventiva y busca su relación con la realidad, con el hecho
extrasígnico. En este caso, de la realidad acerca de objetos inertes que
puedan volar, por ejemplo… Es, pues, un signo con validez, aunque indirecta,
de verdad. Que será semejante o no a lo significado, a la cosa. El signo literario
representativo- en los hechos físicos y en el tiempo, que siempre van fluyendo-
de Dostoievsky, que parece tender hacia que los asesinatos acaso tengan
ciertas justificaciones extralegales, como en Los hermanos Karamazov, tendrá
la posible relación semiótica con lo significado veraz. Los Karamazov no
existen, son falsos e ilusorios; el asesinato también: están ambos, pues,
para la imaginación verbal del receptor. Sin embargo, cuando, ya dada la
recepción semiótica, se produce otra significación fuera de lo imaginativo,
una semiosis con propósito de verdad, estamos, al menos desde el punto de
vista receptivo, ante una literatura representativa, mimética, o con esas
intenciones lectoras: el hecho de la existencia atenuante del parricidio, por
ejemplo, y abstraído de la ficción literaria karamazoviana. El receptor es como un juez,
pues; decide la intención o no del signo que recibe, y esa plasmación
intencional del autor o no. El receptor no es solamente un consumidor de
realidades sígnicas, sino también de intenciones sígnicas; y puede
relacionar, correctamente o no, a las dos. Y entonces sí decide sobre la
eficacia del signo producido, sobre su eficiencia intencional y su validez en
la comunicación, en el telos del proceso semiótico. Decide, pues, la intención en
potencia de la ficción- su representación o su fantasía- así como la
plasmación, su actuación, o no de las intenciones, y, en caso de
representatividad, su acuerdo o no con la realidad sugerida. Según su
entendimiento de lo recibido, de esa relación indirectamente veraz entre el
signo y lo significado. Una proposición de verdad
correcta, por ejemplo- y no necesariamente directa, literaria acaso-, no
necesariamente es cosa del productor; el consumidor de ese signo veraz puede
encajar mejor, según los recursos lingüísticos y personales que posee, con
esa verdad, con lo significado. Acaso,
la recepción puede ser más eficaz en la semiosis verista del contenido y la
forma lingüística que el productor de lenguaje o productor de lenguaje
literario. El receptor puede decidir,
esencialmente, si una literatura tiene carácter representativo o fantasioso.
La intención- que es más interior, que no está dada patentemente en las
formas del lenguaje y la semántica sino, más bien, en la carga biográfica- es
más íntima para el productor; y goza de una introspección, de una sabiduría retraída.
Pero el consumidor de sus tejidos y signos completos verbales literarios
también puede elucidar la verdadera intención, lograda o no, del texto
autoral; puede hacer, en fin, una psicología verbal de la creación. Cada signo, pues, tiene su
intención autoral; es decir, toda la historia personal y psicológica que
contextúa al signo. El contexto cultural, el propio contexto lingüístico,
todo el bagaje biográfico, más allá de la autonomía de las formas, contextúa,
en su creación y en su uso, al signo. Y el receptor literario también tiene
una historia, una biografía de recepción, que sirve como patrón para la
elección del tejido sígnico literario, y su consecuente individuación
receptoria, su interpretación cargada biográficamente. Así que esa biografía, esa carga
biográfica, selecciona los elementos pertinentes, los hechos parametrantes
para la recepción del signo literario, como pueden ser la historia cultural,
los hechos verbales fuera del texto, etcétera. El signo, pues, tiene un
contexto biográfico, en su producción y en su recepción. El contexto crea esa
intención sígnica, la intención receptiva o productiva; pues la carga
biográfica sirve tanto para la poeisis como para la lectoris. Y en esto de la
connotatividad, del espíritu- espíritu que toda literatura ha de tener, a
diferencia, hablando en términos un poco laxos, del lenguaje tajantemente
propositivo y literalista-se halla el haz de semiosis con capacidad de
mutación; la intención, pues, que puede variar o no la calidad, la esencia de
la ficción. La intención puede ser
representativa o puede ser fantasiosa, y la recepción también puede ser
representativa o puede ser fantasiosa. Y, como en todo signo, no
necesariamente el productor ha de coincidir con el receptor, en intenciones o
en logros. Sin
embargo, más allá del telos ficticio autoral, la recepción es la que usa el
texto, la que hace realidad el texto. La que culmina, más bien, el proceso
semiótico y le asigna a la ficción su calidad, su esperanza de verdad o de
fantasía. Siempre teniendo en cuenta, claro, el horizonte personal y
psicológico, la carga biográfica receptora. La soledad del escritor, del
autor, refiere a lo que el texto es. La verdad, la esencia del texto,
está en la propia mente-cerebro del autor, en su aparato sígnico, psiconeural,
y su consiguiente concepción creativa literaria. Allí, y según las
intenciones, concientes o no, está la fantasía o la representación. Pero es el receptor el que, en
acuerdo o no con el productor, hace actuar, hace acto al texto; lo realiza,
pues, en el proceso del soporte semiótico: libro escritural o plasmación
estética oral. El autor, en la soledad, sabe, según su conciencia, la
fantasía o la representación, la intención de verdad del texto. El receptor
actualiza esa potencia comunicativa, o de contacto sígnico. Lo que en el
autor es potencia, en el receptor es acto; y, por lo tanto, en los casos en
que el receptor no esté de acuerdo con el autor y su intentio autoris, la
decisión, la intentio lectoris, estará más cerca de una realidad semiótico-literaria,
de la actuación del texto, y, por último, de su posible fantasía o su apuesta
de representación: posibilidades que, de verse realizadas, serán únicas e
individuales, claro… A cada hombre un individuo, a
cada signo un individuo, a cada autor un individuo, y, por último, a cada
receptor, repetimos, un individuo… Por lo que la recepción, como la creación,
y más allá de abstracciones canónicas de crítica-público, será individual,
única, intransferible. Y la experiencia de consumo literario, además, también
fluye y está en el tiempo. Un individuo receptor, por ello, puede tener
tantas experiencias receptorias como resultados de las mismas, según sus
variaciones biográficas temporales. Un receptor literario, por ello,
es también un Panta Rei individual. Más allá del cambio temporal, el
individuo receptor- su circunstancia física y su interioridad psicofísica, su
carga biográfica externa e interna en fin- fluye. Así, cada recepción, en tiempo y
en circunstancias extrínsecas e intrínsecas, es única, es irreproducible, es
un acto único de contacto semiótico, de literatura. Y, en fin, esa actualización,
esa fenomenización receptoria respecto a la fantasía o la representación en
el signo literario, puede tener la capacidad de hacer sueño sobre sueños, de
seguir soñando y haciendo fantasía sobre la fantasía detectada en el texto
autoral… O la capacidad de traer, en fin
y ya en un planteamiento más grave, solemne, a la presencia de la imaginación
esa búsqueda de realidad humana… Esa búsqueda de realidad, en fin, que tiene
el pensamiento mediante sus diversos soportes: Y en este caso, la literatura. |
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