Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo. ISSN 1669-9092 |
KONVERGENCIAS LITERATURA Año I Nº 2 Abril 2006 |
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HEIDEGGER, GADAMER Y LA COMPRENSIÓN DE LA POESÍA Susana Gordillo de García Astrada |
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Es sabido que para Heidegger una dimensión del habitar es
el pensar. Pensar y construir son
dos modos inevitables del habitar. Pero para él, el construir no se reduce al
construir industrioso o técnico sino que hay otro modo fundamental de
construir que es...el poetizar.
Analizando el poema de Hölderlin Poéticamente
habita el hombre, Heidegger establece la conexión esencial entre el
poetizar y el habitar y lo expresa así: hay que pensar la esencia del poetizar como el dejar habitar, como un
construir, tal vez, incluso, como el construir por excelencia. El poetizar,
el más alto lenguaje que el hombre pueda pronunciar, tiene por misión nada
menos que nombrar la esencia misma de las cosas. Es sabido que para
Heidegger, el lenguaje es la casa del
Ser. En su morada habita el hombre,
los pensadores y los poetas son los guardianes de esta morada. De esta
guardia, de esta vigilia, surge la posibilidad del diálogo entre poetizar y
pensar. Heidegger
expresamente dice al respecto que lo
que se dice al poetizar y lo que se dice al pensar no son nunca iguales. Pero
uno y otro pueden decir lo mismo de diversa manera. Eso se logra sólo si la
separación entre pensar y poetizar se abre neta y decisiva. En torno a esto nos hace notar Beda Allemann en su obra Hölderlin y Heidegger cómo hay que
distinguir dos ámbitos; por un lado, el ámbito de lo igual y por otro, el
ámbito de lo mismo. En el primer ámbito, se pueden introducir todas las
distinciones lógicas necesarias como para establecer comparaciones entre el
pensar de un pensador como Heidegger y el poetizar de un poeta como Hölderlin
pero, si entramos en el ámbito de lo
Uno y lo Mismo, la comparación ya no se sostiene. El pensar lo Mimo retrocede
necesariamente más acá de la metafísica y de la lógica que de ella proviene.
El pensar la palabra del poeta pertenece esencialmente a la superación de la
metafísica. Así, aunque la
filología lo sienta como una carencia, el diálogo del pensador y del poeta no
puede nunca justificar con medios científicos o lógicos la verdadera
legitimidad de su proceder. Tampoco cabe referirse a ese ámbito en forma
simplificadora y simplificante sino más bien reflexionar sobre la diversidad
de su procedencia para así traer a la luz aquello que unifica el poetizar y
el pensar. Hay una cierta
ambigüedad en Heidegger; en el epílogo de la conferencia Qué es Metafísica se dice: se
sabe algo sobre la relación entre filosofía y poesía. Pero nada sabemos del
diálogo entre el poeta y el pensador, que habitan próximo sobre los montes
más separados. A su vez en Carta sobre el Humanismo sostiene que
la poesía enfrenta la misma pregunta
del mismo modo que el pensar, pero en otro pasaje afirma: Lo extraordinario se abre, y abre lo
abierto sólo en el poetizar (o, en forma abismalmente distinta y a su tiempo,
en el pensar). Hay entonces, un abismo y a la vez una cercanía, una
pertenencia a lo mismo que los ubica esencialmente próximos. Creo que hay que
considerar que tanto el pensar como el poetizar no se pueden desvincular
sino, por el contrario, considerar como dos expresiones privilegiadas del
lenguaje. En Para qué ser Poeta, que forma parte
de Holzwege –Sendas Perdidas- nos
dice precisamente que el lenguaje no es sólo un medio de entendimiento y expresión
sino que el lenguaje trae ante todo, al
ente en tanto que entre a lo abierto. En la misma obra, hacia el final,
en el ensayo titulado La sentencia de
Anaximandro, se refiere Heidegger a la misma trilogía cuando sostiene: El pensar es la poesía primera que precede
a toda poesía, pero también a lo poético del arte en tanto que éste se
realiza como obra dentro del dominio del lenguaje. Todo poetizar, en este
sentido amplio y también en el más estrecho de lo poético, es en su fundamento,
un pensar. Pareciera que
aquí se trata de un pensar más pensante aun, que retrocede más allá de la
filosofía, y por lo tanto, no consiste en un simple filosofar sino en un adentrarse en la esencia del lenguaje; por
ello puede decir que un poeta es por
cierto tanto más poeta en cuanto es más pensador. En otra de sus
obras, La experiencia del Pensar,
Heidegger sostiene que el carácter
poético del pensar aún está velado. Y allí nos dice que el poetizar pensante es, en verdad, la
topología del Ser. Toda esta
posición se asienta fundamentalmente en el esencial valor conferido al
lenguaje. La palabra se nos presenta acá como revelación de lo más secreto y
puro, desocultando el mundo. Muy otra es la
actitud sostenida por el Círculo de Viena para cuyos miembros todas las
proposiciones metafísicas y éticas no son sino un conjunto de palabras que no
representan nada, aunque expresen algo. Las proposiciones
filosóficas tanto como la poesía están fuera del campo del conocimiento. Son, como dice
Carnap, como la risa, como la música,
como la lírica, simplemente expresivas. La única diferencia entre las
proposiciones filosóficas y poéticas es que mientras éstas expresan estados
emocionales (o sociales) pasajeros, aquellas otras expresan disposiciones o
tendencias permanentes. Y pretendiendo invalidar toda la filosofía
tradicional sostuvo que la metafísica no es sino una enfermedad del lenguaje. Desde su
óptica positivista aduce que las proposiciones metafísicas son aquéllas que
“pretenden representar el conocimiento de algo que está por encima o más allá
de la experiencia”. Así, de este modo, queda descalificada no sólo toda
metafísica sino toda ética. Lo único que aún le queda a la filosofía –según
Carnap- es la lógica y por ello él y el Círculo de Viena se abocan a hacer un
análisis de la estructura formal del lenguaje para precavernos de toda
enfermedad del mismo. Pero de la
poesía también se ha sostenido que es una enfermedad del lenguaje y quien lo
ha hecho es Max Müller para quien la poesía no es sino una prosa impotente.
Estas dos interpretaciones y a la vez ataques contra la filosofía y la poesía
parten de la idea que ambas son “usos”; malos usos que el hombre hace del
lenguaje y presuponen la existencia previa del mismo y del que harían luego
uso, concretamente, tanto el filósofo como el poeta. Lo que está en juego es
muy hondo ya que ni los filósofos ni los poetas serían verdaderos
depositarios de la palabra y que es, precisamente, lo que creen ser: auténticos
depositarios de la misma. Dentro del
ámbito de la interpretación desarrollado por Heidegger, Gadamer en su obra Verdad y Método exalta la
originalidad del lenguaje en íntima trabazón con la experiencia del mundo.
Pero, por supuesto, afirma: lo que es el lenguaje forma parte de lo más
oscuro que existe para la reflexión humana. La lingüisticidad le es a nuestro
pensamiento algo tan terriblemente cercano, y es en su realización algo tan
poco objetivo, que por sí misma lo que hace es ocultar su verdadero ser...
Desde el diálogo que nosotros mismos somos, intentaremos pues acercarnos a
las tinieblas del lenguaje. Haciendo uso de su libertad, el hombre pone
nombres a las cosas, hace hablar al mundo. Esto ya lo
había visto Aristóteles quien en al Política
sostiene que mientras el grito de los animales induce a sus compañeros a
una determinada conducta, el entendimiento lingüistico a través del logos
está dirigido a “poner al descubierto lo que es como tal”. Para Gadamer
tanto el pensar filosófico como la poesía expresan, a través del acontecer
lingüístico, una relación propia con lo que es y con el Ser como tal. Al
respecto afirma: “El poeta es un vidente porque representa por sí mismo lo
que es, lo que fue y lo que ha de ser y atestigua por sí mismo lo que
anuncia. Es cierto que la expresión poética lleva en sí misma una cierta
ambigüedad, como los oráculos. Pero precisamente en esto estriba su verdad
hermenéutica. La ambigüedad del oráculo no es su punto débil sino justamente
su fuerza y por lo mismo es rodar en el vacío querer examinar si Hölderlin o
Rilke creían realmente en sus dioses o en sus ángeles”. Esta interpretación
de Gadamer responde a su intento de investigar el fenómeno de la comprensión,
de la hermenéutica y de la interpretación de lo comprendido. Este fenómeno
del comprender, en el hombre, no es uno de nuestros tantos modos de
comportamiento sino que es el modo propio del ser del hombre y por lo mismo
abarca tanto como su universal experiencia del mundo. En ese
comprender, que tiene un carácter óntico original en la vida humana, él trata
de rastrear la experiencia de la verdad e indagar sobre su legitimación. Pero
hay formas de experiencia que quedan fuera del ámbito de la ciencia como son
la experiencia de la filosofía, del arte y de la historia. En ellas se
expresa una verdad que no puede ser verificada con los medios de que dispone
la metodología científica. La filosofía de nuestro tiempo tiene clara
conciencia de ello pero lo que quiere Gadamer es legitimar filosóficamente la pretensión de verdad de estas formas
de conocimiento ajenas a las ciencias y cree que ello es factible
profundizando el método hermenéutico. Gadamer lleva
adelante su cometido, sintiéndose en lucha contra el empirismo científico y
contra los representantes de la “racionalidad crítica”, quienes tomando a
ésta como patrón absoluto, entienden a la reflexión hermenéutica como un
oscurecimiento teológico; tal es el caso de Albert. Y Gadamer dice
así. “Adorno, Apel, Albert, Habermas y los otros representantes de la racionalidad crítica parecen
acometidos por una misma ceguera. Están obcecados con el metodologismo de la
teoría de la ciencia y sólo tienen ante sus ojos reglas y su aplicación. No
se dan cuenta de que la reflexión sobre la praxis no es técnica”. Lo que
ocurre es que el concepto de praxis no es técnico; ha sido empobrecido al
reducirlo a la experiencia científica desconociendo el gran papel que ya
jugaba en la ética y en la poética aristotélica como saber iluminador y
orientador, como sabiduría práctica a la que Aristóteles llamó “phrónesis”.
Se trata entonces de superar una orientación unilateral de la experiencia
para volverla a enriquecer a través de un reconocimiento de u multipolaridad.
¿Por qué nos encerramos –nos preguntamos- en la experiencia exaltada por el
cientificismo que nos muestra como unívoca y unidimensional? Esta
experiencia es la propia de nuestro valioso universo científico-tecnológico.
Pero no olvidemos, tampoco, que tal como Nietzsche decía, la verdad de la
ciencia no es sino una esquematización y ficción; más aun: es –decía- una
´cuasi-verdad’; la cuota de error que el hombre necesita para poder vivir”. Lo que Gadamer
quiere es defender la experiencia de la Verdad que nos rodea y se nos
comunica a través de la obra de arte y que no se consigue por otros caminos.
“En el marco de un poema –nos dice- el acceso al lenguaje es como un entrar
en ciertas relaciones de ordenación que son las que soportan y avalan la
‘verdad’ de lo dicho...en cuanto comprendemos, estamos incluidos en un
acontecer de la verdad”. Y luego sostiene: “Dentro del poema, las palabras
son, ellas mismas, un acontecer especulativo. Lo que se dice en ellas también
es aquello en que consiste su verdad, no es una opinión cualquier encerrada
en lo subjetivo, sino una experiencia auténtica, un encuentro con algo que
vale como verdad”. El poeta está
más allá de rígidas conceptualizaciones; por el contrario, es un mago o un
hechicero. Por ello Gadamer considera que la tarea de la Estética consiste en
ofrecer una fundamentación para el hecho de que la experiencia del arte es
una forma especial de conocimiento, distinta a los otros; pero “¿no será, a
pesar de todo, conocimiento, esto es, mediación de verdad?” Hemos visto
también en Heidegger la relación que establecía entre pensar y poetizar y el
alto valor metafísico y aun meta-metafísico que a ambos le confiere. Él ve el
alumbrar de la verdad en el arte cuya esencia misma es la poesía. En ella
acontece la verdad como iluminación y des-ocultación. La esencia del
arte es poesía, porque la esencia de la poesía es “fundación de la verdad”.
El arte es, como la poesía, donación, desbordamiento y regalo. El arte es una
forma de patentizar el ser; no es primariamente belleza ni creación sino
verdad. En medio de los lenguajes cibernéticos, el arte y la poesía nos
ofrecen su magia y nos invitan a ahondar en ella. |
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