Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo. ISSN 1669-9092 |
Número 8
Año III Enero 2005 |
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LA
INTELIGENCIA Y LA CONCIENCIA HUMANA José Repiso
Moyano (España) |
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La información por sí sola no es nada sin unos elementos que la
copien, sin unos elementos que la transfieran a otros que la utilicen como
modelo para una construcción y, también, sin unos últimos que la almacenen
para ser después copiada en otro proceso de reproducción. La inteligencia humana se
sirve además de sílabas, de sonidos, de “imágenes mentales”, de símbolos para
excitar y para mejorar ese proceso. Así, cuando se fija siempre una misma
imagen en la mente frente a un estímulo externo –o interno- como la madre –en
cualquier idioma existente- se gestionará para que intervenga modelando a una
reproducción física (luego lo psíquico y lo físico son dos caras de una misma
moneda). Al pronunciarse la palabra madre –en cualquier idioma existente-, en
efecto, se produce la idónea descarga eléctrica e interacciones –con un
margen de “tonalidad” o de variabilidad emocional- que gestionan el
comportamiento transmisor y reproductivo de la información; por tanto, ese
lenguaje simbólico sustenta las aptitudes psíquicas –porque ante él siempre
reaccionan esas aptitudes para ser asimismo actitudes o acciones-. Sí, todo fluye, pero para
que los principios que no, para que las funciones que no fluyen sean
aplicadas en muy diferentes estructuras; es decir, para que existan. He ahí
que el “fluir” es una base primordial para que permanezca lo que no fluye.
Desde las primeras células hemos seguido un camino, pero desde ellas; y cada
estructura celular o molecular, entremedias, hasta llegar al presente nos lo
ha dado todo –lo posible-, nos ha hecho: por sus esfuerzos…somos. Parece, por
ello, muy absurdo pensar que, cuando un ser humano muera, nada vaya a heredar
como desacreditándole toda la sabiduría a lo que, durante infinitos millones
de años, nos ha permitido existir. Lo que, en realidad, ocurre es que el
camino debe continuar y no, no lo destruirá un pensamiento egocéntrico, pues,
no es el ser humano el centro de las cosas, sino la “continuidad” de las
cosas. El cerebro humano está
constituido por más de cien mil millones de una células –las neuronas- que
someten a todas las demás a su información – son “mandonas” podríamos decir,
y es cierto-; sin embargo, también son esclavas de sí mismas, de su
“comunicabilidad”, de su excitación que les provoca reacciones o información
de la cual asociativamente quieren ser todas cómplices –por seguro que así se
protegen- porque conectan en una red que funciona de una forma especial para
ellas. Imaginen que es como tal complicidad de un grupo de niños jugando
todos a la misma partida de ajedrez donde, al mover uno una ficha, se entera
el resto que la ha movido y por qué lo ha hecho; por lo cual cada uno excita
la inteligencia del conjunto e, incluso con esa colaboración y con la
intervención del medio, evolucionan sus reglas proporcionales a la
inteligencia –o capacidad de jugar con esas reglas- general o conseguida por
sus participantes. Así, cuando una nueva neurona aparece –desde un
astrocito-, a la menor intención que proyecte ya se encontrará seducida o
condicionada a participar de la misma suerte o manera. Más sencillo, nuestros
sentidos les llevan una información para que la consideren porque evolucionen
sus reglas; de igual modo las demás células del cuerpo aquejadas o reforzadas
por agentes externos: antígenos, variaciones térmicas, fotones intensos de
energía o gamma que alteran los puentes de hidrógeno, escisiones de una parte
funcional del organismo, carencia de micronutrientes, sustitución génica
dirigida (1), transferencias plasmídicas (2), depresión de la conciencia o
altibajos en su armonía al integrarse en un medio, etc. Como había dicho, la
información sólo es posible mediante una red; sin embargo, esa red no es un
sistema de “tubos continuados” abastecedores al estilo sanguíneo, sino un
sistema “eléctrico” para la información. El cuerpo, de hecho, no es que posea
una capacidad de conducción eléctrica en tanto que, sus principales
componentes (oxígeno, nitrógeno, hidrógeno y carbono), no son
electropositivos, es decir, no pierden fácilmente electrones o son muy poco
metálicos para la electricidad o “para facilitar corrientes de electrones”;
en cambio, en las neuronas los iones de sodio y de potasio sí juegan un papel
fundamental porque, tales células, polarizan sus membranas –semipermeables-
eléctricamente con esos iones: los iones positivos de sodio se sitúan en el
lado exterior y, los de potasio positivos junto con otras partículas cargadas
negativamente, en el interior de las células –prevaleciendo la negatividad-.
He ahí la posibilidad eléctrica neuronal, de que es un hecho. No obstante, el
desarrollo de esa corriente eléctrica es más complejo: cada célula neuronal
recibe señales de otra a través de sus dentritas, luego suma o codifica esas
señales, luego las impulsa como un fluido de neurotransmisores por un
“tubillo” o axón hasta una terminal protuberante llamada “botón” donde se
emiten unos mediadores químicos en una hendidura al mismo tiempo que, al otro
lado, la superficie dendrítica –de la otra neurona- permite la entrada y
salida de iones; lo cual eso modifica la capacidad eléctrica de la dentrita o
su impulso eléctrico por llevarlo a su “célula” para que, tal influjo
recibido, lo codifique en señales -y el mismo procedimiento a partir de ahí-.
Siempre hay que pensar que la corriente eléctrica –al igual que cualquier
otro principio físico- es utilizada, pero el intercambio de flujos nerviosos
no es una corriente eléctrica debido a diversas regulaciones que “depuran” y
transmiten información como finalidad. Pensad que la corriente eléctrica no
se deduce o no se expresa en luz hasta que unos filamentos fluorescentes la
consiguen, pues, asimismo en el sistema nervioso existen una serie de
reguladores -de otras características- que someten el impulso eléctrico para
unos fines totalmente diferentes en su contexto de una química orgánica
“evolucionada”, en su contexto –en donde se encuentra cualquier organismo- de
albergar información de su entorno. Respecto a eso, cuanto
mayor sea la información obtenida menos será la “extrañeza” para, en
adelante, recibir al entorno. La conciencia no es más que ese resultado
–inevitable- de encontrarse un ser cada vez más vinculado con su entorno; no
es un estado "antinatural” como hasta ahora se había pensado, únicamente
es un resultado físico dada una acumulación funcional de información
orgánica. Un perro tiene su nivel de conciencia y el ser humano en la Edad de
Piedra tenía otro nivel de conciencia distinto al actual. Luego un ser cuanto
más adaptado esté más información ha “almacenado” de su medio. La conciencia
es, así, como el fruto o como el logro más avanzado de un medio, de que sus
integrantes no lo han rechazado, sino que lo han conocido, o que han
aprendido de él: conciencia es concebir "más conocidamente" algo en
lo actual. Más claro, el ser humano se identifica con el medio porque lo
conoce más, porque es capaz de distinguir sus relaciones –las que posee- con
él; su control neuronal o de información le ha intensificado una singular
sensibilidad, una susceptibilidad frente a las variaciones térmicas, frente a
los elementos de toxicidad, frente a los hábitat menos aprovisionados de
alimentos y de agua potable, etc.; por lo que es el ser más migratorio o más
especulativo sobre lo que conoce… y lo prevé, se anticipa a lo vitalmente
inadecuado, esquiva conscientemente –pero no lo reduce al tenerlo en cuenta-
la experiencia que no corresponde a la información coherente que le ha
otorgado la naturaleza (3). Si ésta le ha dicho “a su cara” que no se puede
comer piedras, él es consciente de ello y, cuando vea una piedra, no se la
comerá y sí, imitando a las cuevas, se construirá una casa: ahí tiene la
susceptibilidad que informativamente adquirió de que la cueva ya le ofreció
un refugio ante la intemperie o ante los depredadores: tal como una
“evocación” consciente a lo que adquirió o “qualia” subyacente en su
información milenariamente determinada como inherente a su progresiva
condición de ser. Por último, sería muy
preciso señalar que la inteligencia no es un algoritmo ante ella misma ni
ante la conciencia – a lo que deriva- como Penrose maximizó al compararla con
la "inteligencia artificial” puesto que la mayoría de sus “operaciones”
son estimativas –de sugestión o prevención- y taxativas en unas especiales
circunstancias y puesto que, en esa “operaciones”, intervienen “infinitos”
elementos impropios de un ordenador.Desde luego, lo que debería comprender
Penrose es que un ordenador no gestiona con su plena información el modo de
resolver un algoritmo, es decir no actúa al mismo tiempo la totalidad de su
información –en bloque o en unificación- para resolver algo, sino aísla
categorías independientes para hacerlo. El ordenador no es multidireccional
ante algo, el ser humano sí; también, el ordenador no es retroactivo –no se
corrige y ni siquiera advierte sus propios errores-, el ser humano sí. Notas
(2) ADN extracromosómico recibido por las bacterias parasitarias,
por las vacunas o por cualquier microorganismo externo mediante donación o
mediante transducción –o infección-.
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