Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo. ISSN 1669-9092 |
Número 8
Año III Enero 2005 |
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ÉTICA
DE LA RESPONSABILIDAD Y VOLUNTAD DE
PODER (NIETZSCHE
Y JONÁS. ALGUNAS CONSIDERACIONES) Víctor Hugo
Hayden Godoy (Chile) |
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Es
propio de estos días el que los intelectuales hayan perdido vigencia. El
neopopulismo para el cual el abandono de la idea de “cultura culta” es un
avance inequívoco, y la desfundamentación que lleva a no requerir
justificaciones sistemáticas, han ido quitando peso a los “letrados” dentro
de la constitución social de sentido. No es que en otras épocas las grandes
masas sociales atendieran a los intelectuales directamente; en general, los
reverenciaban en tanto no los conocían. Pero ellos operaban por vía
indirecta: la convicción de que era necesario fundamentar la ética, la
política, etc., llevaba a que sus juicios fueran aquellos que servían de
justificación a los discursos en muy diversos terrenos de la actividad
social. También la actual baja de la cultura
de la letra frente a la de la imagen contribuye en el mismo sentido. Este
fenómeno es bien conocido, y se ha comentado largamente: en los hechos, ello
ha llevado a un peso sin precedentes de los periodistas en la construcción de
la opinión pública, con un predominio creciente de la inmediatez y de lo
efímero por sobre los temas clásicamente llamados “de fondo”. La
superficialidad, y la falta de memoria y continuidad se imponen por sobre
consideraciones conceptuales, cualesquiera que fueran. No son tiempos de hegemonía
filosófica. Incluso, la filosofía, si la pensamos como el momento de lo
general, representa un tipo de pensamiento que entra en colisión con el
situacionalismo generalizado, con la idea de que toda referencia a lo global
es ya imposible, y que ningún discurso va más allá de las específicas
condiciones que lo engendraron. En esta situación, no es fácil
encontrar una función y un destino para un intento filosófico como el de Hans
Jonas. Más, cuando se trata de una filosofía que pretende ser formadora de
conciencia y orientadora de la acción de los sujetos. Afortunadamente
sabemos bien que jamás la ética real se configuró a través de los textos o en
los cursos escolarizados de Ética. Sin duda que las predisposiciones a la
acción se estructuran en los espacios sociales que son más inmediatos para el
sujeto. Y sin embargo, en pocos momentos se
ha apelado tanto a la ética como últimamente. La referencia a la ética está
de moda. No es difícil advertir por qué. Las ideologías ya están poco definidas
y se ha producido déficit de orientación. Hay que intentar cubrirlo por
alguna parte. Podríamos pensar que la apelación a la ética opera en el campo
del síntoma. Es decir, muestra que hay problemas con la ética, que en general
los comportamientos no remiten a ética alguna, y que se intenta restituir lo
ético por remisión a algunos principios que se pudiera establecer desde el
discurso de los medios, las empresas o la cátedra y la literatura. En el caso de Jonas y su principio de
Responsabilidad, el camino elegido hacia una ética que modere la conducta
humana, pasa por lo que él llama “heurística del temor”, y alude al
previsible entendimiento, por parte de los hombres, de la real posibilidad de
aniquilación de la especie humana, o de las características humanas, en un
futuro cercano, en dependencia del mal o desmesurado uso de los avances
científico-técnicos disponibles. La humanidad estaría en condiciones, por
primera vez en su historia, de arrasar el medio ambiente en forma planetaria,
de modificar la naturaleza de los seres y de sí mismo a través de la
genética, y de convertirse en creador de vida clonada. El ser humano estaría
ad portas de su perdición, ya sea por una hecatombe nuclear, ya sea por la
devastación de las demás especies y la
naturaleza, ya sea por su propia transmutación. La verdad es que los peligros que nos
plantea Jonas, son aterradores. Lo peor de todo es que estas cosas ya están
sucediendo, y de ahí el urgente llamado de este “viejo sabio”, como lo llama
Sánchez Pascual, a la mesura y la prudencia. Quisiera, sin embargo, y ese es el
objetivo de este trabajo, plantear una pregunta, que puede parecer, por lo
pronto, demasiado inquisidora y producto de una excesiva y algo entusiasta
lectura de Nietzsche, pero que también recoge una visión de la realidad del
poder político actual y las dinámicas
de dominación institucional y social que funcionan a través de nuevas
ideologías o de la falta de ellas. Siguiendo a Nietzsche, preguntaré por
el tipo de voluntad de poder que mueve el proyecto ético de Jonas. Aludiendo
a si esta voluntad es débil, y responde a una mecánica de resentimiento que
violenta la realidad a través de la teología, la metafísica, el racionalismo,
y busca fundamentos ontológicos y criterios objetivos, o si es fuerte, y
acepta la vida y su devenir en ruina,
sin intentar sistematizar o totalizar la realidad y sus posibilidades. Lo cierto es que en Nietzsche, hay un
sin número de nociones y pistas que hacen muy clara su posición frente a una
ética de la responsabilidad como la de Jonas, y frente a un diagnóstico del
futuro tan desolador como el que éste filósofo nos plantea, y la posibilidad
de revertirlo. Ya en un texto de 1873, Nietzsche,
expone el destino catastrófico del hombre en el cosmos, y la arrogancia de
éste por la invención del conocimiento (1). Conocimiento que al fin y al cabo
sólo servirá para que tenga conciencia de su destrucción, al apagarse el sol
que le da vida. La vida del ser humano es trágica,
pues carece de sentido y se dirige hacia la muerte. Somos seres para la
muerte, como diría Heidegger. A esta tragedia de una muerte segura, hay que
agregar el develamiento nietzscheano de que no existen valores sino
valoraciones, y de que el sujeto es más una ficción lógica y regulativa, que
algo con realidad propia. Podemos
decir que bajo estas premisas, la existencia se vuelve abismal, o por lo
menos, temible. Ante esta constatación destinal irrevocable, las buenas intenciones de Jonas pecan de
inocencia intelectual. Pero
no me detendré en la tentación de
Jonas de formular una ética social y política bajo fundamentos metafísicos
específicos que escucharán sólo aquellos que compartan su creencia. Las
buenas intenciones nunca están de más. La verdad es que no es fundamental que haya
hombres sobre la tierra. Ya nos lo dijo Nietzsche, y la astrofísica moderna: Ya hay una fecha
para el enfriamiento del sol y el olvido del ser humano. Aunque siempre puede
ser antes. Y si esto no sucediera así, bueno, habremos sobrevivido demasiado. Podemos
recordar también el carácter interpretativo de todo acontecer. Para
Nietzsche, no existe el acontecimiento en sí. Por lo tanto no existe la
devastación planetaria del medio ambiente como acontecimiento unificado y
dirigido. Lo que sucede es un grupo de fenómenos seleccionados y resumidos
por un ser que interpreta.(2) No digo que la interpretación de Jonas sea
errada. Existen muchos indicios científicos que apuntan hacia ella. Sin
embargo, me parece que el fin de nuestro planeta será inesperado y desprovisto de todo anuncio mediático, visto el riesgo de
caos y la cancelación masiva de suscripciones y seguros que ello acarrearía. Creo que existen suficientes datos
para afirmar que El principio de Responsabilidad de Jonas y su pesimista
concepción del hombre y su futuro se encuentra en total oposición frente al
pensamiento vitalista y trágico de Nietzsche. Podríamos incluso arriesgarnos de ante mano,
y concluir de inmediato que la filosofía de Jonas es movida por una voluntad
del resentimiento y que la debilidad es lo que mueve su voluntad de poder,
pero mejor veamos primero en qué consiste y cuál es la dinámica y adónde nos
ha llevado la voluntad débil y su contraparte, no sea que caigamos presa de
algún prejuicio. Al
parecer no existe un estado natural y constante en los entes. Hoy la física
ha mostrado que el movimiento es lo único constante, desde los kuarks al
universo en expansión. El tiempo y el espacio serían dos dimensiones de lo
mismo, como lo son entre sí la masa y la energía. Y el universo parecería
infinito siendo que es finito. Si sacamos consecuencias de estos
descubrimientos de la ciencia, nos quedaría claro que no hay ninguna situación inicial de inercia
a la cual remitirse, un punto arquimédico de quietud en el cual establecerse.
El movimiento, el desequilibrio, la fluctuación, serían, sin duda, los
mecanismos básicos de comportamiento de lo material, y no podemos suponerlos
como deformaciones de alguna sustancia previa que hubiera estado en el
autosustento de la pasividad. De tal modo la paz y la prudencia no
serían una especie de condición natural a la que tendemos, y de la cual nos
hubiéramos apartado. Más bien, se trata de una permanente construcción sin garantías,
de una tarea que se nos da en relación con el mito de Sísifo: subir
permanentemente la montaña, y cuando se ha llegado a la cima tener que bajar
para subir de nuevo, una y otra vez, y siempre haciéndolo y arriesgándose en
cada ocasión a una nueva apuesta. Se impone una ética de la carencia: contra
las idealizaciones que llevarían a imaginar un perfecto campo social sin
conflictos, entender que los sujetos lo son de deseo, y por ello que el mundo
es el enfrentamiento de deseos mutuamente no conciliados. Es decir, la vida
humana es lucha por el reconocimiento, que Hegel entendía que era lucha a
muerte.(3) Tomemos la expresión hegeliana en un sentido no literal: se trata
de lucha con todos los recursos a que se pueda tener acceso, y que se
entiende servirán a los propios fines, siempre que esos recursos sean
entendidos como legítimos por el que apela a ellos. Fue Freud quien señaló con claridad
que la configuración de la subjetividad no es proclive a la armonía
interpersonal. Las tendencias agresivas, el odio narcisista a quien realiza
el deseo cuya plasmación quisiera para mí, los impulsos libidinales, todo
ello debe ser reprimido para poder vivir en sociedad. La función de la
cultura es ofrecer seguridad a cambio de pérdida de placer.(4) Si se abandonara a los hombres a sus
tendencias impulsivas, tendríamos la horda inicial, la lucha de todos contra
todos, la imposición de la violencia para gozar del otro sexualmente, o
eliminarlo si es un competidor. No hemos partido, entonces, de tendencias
pacíficas que hubieran sido deformadas, sino por el contrario, la cultura ha
ido progresivamente imponiéndose para construir trabajosamente el campo de
las prohibiciones y las normas compartidas, a partir de las cuales ofrecer
bases de seguridad para la vida en común. Dado que la cultura se cobra precios
tan fuertes por mantener la posibilidad de la convivencia social, el
resultado será una alta carga de energía síquica ligada al resentimiento y el
endurecimiento de la autoexigencia y la exigencia a los otros. Esta es la
conciencia culpable de la cual habla Nietzsche(5), y que se experimenta
cuando el hombre, acostumbrado al pillaje, a la guerra, al vagabundeo y a la
violencia de los instintos se ve de pronto sometido a las condiciones de la
civilización y la paz. Cuanto menos realización del deseo, dice Freud, más
sentimiento de culpa. Y más culpabilización hacia los demás. Según
Nietzsche, este hombre primitivo, medio-animal, no habituado a la ley estatal
de una raza conquistadora y su yugo, sino más bien a la hostilidad, la
crueldad, a la alegría de perseguir, de destruir y matar, desarrolla la
conciencia culpable. El instinto de libertad retrotraído a un estado de
latencia, reprimido y encarcelado por una “raza de señores” (entiéndase
“clase detentadora del poder”), se ve obligado a descargarse sobre sí mismo. Nos
dice Nietzsche, que esa crueldad reprimida e internalizada del animal-hombre,
aprisionada y domada, hizo surgir la conciencia de culpa para herirse a sí
misma cuando vió bloqueada la descarga natural de este deseo de herir. Por
otra parte, este hombre de la conciencia culpable se aferró a la religión
para llevar su autotortura al máximo: la culpa ente dios. Se podría matizar esta afirmación,
pero difícilmente rechazarla; debemos sostener, por tanto, que la
irreductibilidad del conflicto entre impulsos y cultura, conlleva una noción
nada roussoniana de lo que es la subjetividad, de cómo se da la cultura, y de
cuáles posibilidades hay de sostener a ésta en un campo planamente
conciliado. En
el caso contrario, los nobles, o los detentadores del poder, no conocen el
sentimiento de culpa, ni la conmiseración. Para ellos, el ejercicio del poder
responde a la constitución interna de su clase y de su fuerza, y no
busca ni esta emparentado con
ideologías ni conceptos externos. Su voluntad de poder es la fuerte, y es aquella que descarta la
posibilidad de imponerse a la realidad a través de sistemas y totalizaciones.
Generalmente están alejados de toda fundamentación teórica, pues no la
necesitan, y siguen viviendo del pillaje hoy, tanto como ayer. La revolución de los esclavos en moral no
tuvo algún éxito efectivo. La verdad es que el poder siguió estando en manos
de los “nobles”. Es más, la preferencia por la racionalidad y la veracidad
desarrollada de los nuevos “hombres de poder”, les dio nuevas herramientas de
dominio, que desarrollaron aún más, libres de todo prejuicio. Los “nobles” no
necesitan ser inteligentes y racionales, tienen asistentes y consejeros. Estos
hombres de voluntad fuerte, libres de la conciencia culpable y capaces de
adaptarse a un mundo siempre cambiante, ya que no abrazan ninguna ideología,
se retrotrayeron hacia esferas de
influencia solapadas, en donde el poder se convierte de pronto en omnipotencia
y en misterio. Como
siempre ha sido, el poder requiere más poder. La vida desea sobrepasarse,
incluso, o tal vez sobre todo, poniéndose en peligro, y el interés económico
ha sido siempre el interés del poder por excelencia. Simplemente porque una
enorme cantidad de dinero, deja de ser dinero y se convierte en un mecanismo
que abre todas las puertas y cumple todos los deseos. Millones de dólares
pueden convertir a alguien en dios. He
aquí el gran problema. El gran escollo que tiene que sobrepasar la ética de
Jonas. Los nobles nunca perdieron el poder. Tampoco estuvieron completamente
detrás de ningún bando ideológico, de
alguna cruzada moral o religiosa. Por eso, toda vez que perdían terreno en su
juego eterno de guerras en las que se deleitan, pues gozan del herir y del
violentar, se retrotraían y retiraban sus capitales, siempre avisados con
tiempo. Antes
de seguir quiero detenerme un momento y aclarar un punto. Cuando hablo de los
de hombres de la voluntad de poder fuerte,
hablo sólo y exclusivamente del hombre que detenta el poder político y
económico mundial, de los “nobles” que Nietzsche nombra en su “Genealogía de
la moral”, y no del hombre de voluntad de poder fuerte que podríamos asociar
con Zaratustra y el Übermensch, y con una superación del hombre histórico, y
que a mi parecer es el verdadero hombre de
voluntad fuerte, y que se debe
buscar más en ámbitos místicos que en ámbitos de política contingente. No es
mi intención hacer un estudio de la
voluntad de poder fuerte en esta ocasión. Sigo. No
es un secreto para nadie que Estados Unidos y su economía son el poder
hegemónico en todo ámbito en este momento. Su poder militar es
incontrarrestable y nos encontramos nuevamente, así como el mundo conocido de la época, bajo el
dominio del imperio romano, obligados a rendir pleitesía y entregar nuestras
economías a un mercado dominado por el dólar. Esto es así, porque hoy, al
igual que ayer, “la nobleza política”
que constituye una especie de “raza” multiracial se encuentra en todo el
planeta sirviendo a los intereses del poder. Es
interesante observar también, y volviendo a Jonas, cual es la posición de
este poder incontrarrestable e invariable, frente a la cuestión medio
ambiental, que es la que más le preocupa a nuestro filósofo. El
gobierno de W. Bush, aparte de la guerra inventada a expensas del pueblo
afgano y del pueblo iraquí, y de toda la devastación que producen las
empresas norteamericanas en todo el mundo, protegidas por su gobierno, ha,
además, abrogado normas que conferían un mayor poder al gobierno para negar
contratos a empresas que violan leyes federales y medioambientales. Ha roto
la promesa de campaña de invertir 100 millones de dólares al año en la
conservación forestal. Se ha negado ha ratificar el Protocolo de Kioto de
1997, firmado por 178 países para frenar el calentamiento global. Ha
rechazado un acuerdo internacional para reforzar el tratado de 1972 que
prohibe la guerra bactereológica. Ha reducido en 500.000 millones de dólares
el presupuesto de la Agencia para la protección del Medio ambiente. Ha
incumplido su promesa de campaña de regular las emisiones de dióxido de
carbono, factor determinante del calentamiento global. Ha impulsado el
desarrollo de armas nucleares menores, diseñadas para atacar objetivos
subterráneos, lo que supone una violación del tratado contra pruebas
nucleares y ha propuesto la venta de áreas protegidas en Alaska que cuentan
con reservas de petróleo y gas, entre otras cosas(6). Es
con estos hombres que Jonas tiene que tratar. Son estos hombres los que deben
ser “responsables” con el medio ambiente, y al parecer, y como era de
esperar, el interés que despierta en el poder político imperante, y que es
manejado por el hombre de voluntad fuerte, libre de culpa y de conmiseración,
el destino de animales, vegetales y los millones de seres humanos que nunca
fueron como él, es nulo. De la misma forma, también es de esperar que este
hombre sea capaz de morir o de destruir todo a su paso antes de perder tal
poder. Al estilo de Hussein, al abandonar Kuwait. Estados
Unidos y la “nobleza poderosa” están nuevamente embarcados en un juego de
poder incompasivo, esta vez, en un juego en el que por primera vez podrían
perder su hegemonía. La guerra contra Irak, como ya comienza a inferirse, es
la primera parte de la guerra contra Europa y el Euro. La historia se repite.
El imperio deviene en ruinas y el hombre poderoso de la voluntad de poder
fuerte saldrá ileso. Volvamos
al temor de Jonas. La “heurística del temor” aparece como un método acorde
con estos tiempos “llenos de peligros terminales” y con la gran destrucción
de vida natural y humana que el hombre ha llevado a cabo desde que posee el poder sobre la técnica o
viceversa, y sobre todo después de una guerra mundial en donde el cuasi
exterminio de un pueblo entero fue permitido. Digamos
que tener miedo es plausible, dada la naturaleza humana que hemos retratado
someramente. Los humanos tenemos la desgracia de que, una vez maltratados,
maltratamos. Nada es menos sorprendente que el hecho de que los niños que han
padecido abusos acaben un día abusando
de sus propios hijos. Después de que los estadounidenses bombardearan
repetidamente a los pacíficos y neutrales camboyanos, masacrando a cientos de
miles durante la guerra de Vietnam, los camboyanos acabaron volviéndose los
unos contra los otros, masacrándose esta vez por su cuenta. Después de que la
Unión Soviética perdiera veinte millones de personas durante la segunda
guerra mundial, decidió prevenirse contra cualquier intento de injerencia
externa invadiendo y dominando casi todos los países con los que lindaba. Una
vez martirizada, la gente suele enloquecer y acaba por tomar medidas
drásticas e irracionales para protegerse. El caso judío-palestino es
paradigmático. Una vez que los judíos han sido perseguidos en todo el mundo y
casi exterminados en la segunda guerra, no dejarán, una vez en el poder, que
nadie vuelva a tocarlos y se mostrarán tan opresores como fueron con ellos.
Esta vez le toca a los Palestinos. Demás está decir que tenemos nuestros
propios ejemplos. Tener
miedo es por tanto, bastante entendible. La verdad es que se puede tener
miedo de casi todo. Hasta de lo más cercano. Del vecino que gusta impresionar
y tiene un arma, del conductor de locomoción colectiva que no sabe leer y
conduce a 90 km por hora, del carabinero en motocicleta que imita películas
norteamericanas, y que puede ser un vecino; de los conductores, de los
peatones, de las enfermedades, de los perros, de los gatos, los insectos, del
ácaro del polvo, del alcohol, las drogas, ingeridas por uno o por el mismo
vecino, etc. La vida es en sí muy
peligrosa. Si bien la heurística del temor o
simplemente el temor, sería un mecanismo de aplicación discreta que nos
llevaría, idealmente, a la prudencia y
al recato frente a las acciones técnicas que puedan implicar nuestra propia
eliminación o decadencia, su aplicación ideológica o política, que es
básicamente la idea de Jonas, y que ya es utilizada ampliamente en ámbitos
económicos y militares, nos llevaría, si entendemos lo que venimos diciendo,
al resultado contrario. El
paso que hay entre la heurística del temor y la cultura del miedo, es
insignificante. El uso discreto del temor ya es utilizado por los “nobles” en las esferas del poder,
a través de los medios de comunicación masiva. Como podemos inferir, la utilización
del miedo para fines de consumo es un descubrimiento de psicólogos y
psiquiatras, todos tipos de voluntad débil, utilizado sin ninguna
conmiseración por el hombre de voluntad fuerte. La
relación que hay entre miedo y consumo
es lo que mueve la macroeconomía imperante. Es así como cualquier gesto
político amenazante moviliza inmediatamente los capitales y los ánimos. A
pesar de la debacle económica en la se encuentra Estados Unidos, después del
ataque a las torres gemelas, que si le creemos a Thierry Meyssan(7), y a la
reciente historia norteamericana, habría sido otro horripilante montaje de
los grupos de poder detrás del poder, la industria armamentista y de
productos en general, tanto como la venta de seguros de todo tipo, aumentaron
considerablemente dentro y fuera de norteamerica. Sin contar con los enormes
negocios petroleros producidos por la guerra de Afganistán e Irak, para el lobby del petróleo. Lo cierto es que mantener al pueblo, o a los
hombres de voluntad débil al borde del
colapso nervioso, temerosos de un nuevo terremoto, una nueva guerra, el
ataque de abejas asesinas, el aumento exponencial de la delincuencia, la
destrucción del planeta, a resultado muy beneficioso para los intereses
políticos y económicos dominantes. Contrariamente
a lo que podría pensar Jonas, es precisamente el miedo lo que nos ha llevado
a la situación de total depredación del medio ambiente, y a continuar la
carrera armamentista, y a querer dominar la vida, antes que esta nos devore
con su muerte. El
curioso drama de lo humano es que lo mejor resulta enemigo de lo bueno, y que
más allá de un cierto punto, las virtudes y las buenas intenciones humanas
constituyen vicios. Es decir, toda virtud ya es, a la vez, su contrario, y
ello se hace muy patente cuando existe cierto nivel de intensidad de su
ejercicio. Por ello, por ejemplo, el ideal de la paz y del mantenimiento de
la vida humana es enormemente sano, en tanto no encarne en ideal fuerte, pues
llegado el caso alguien podría hacer la guerra, o cometer toda clase de
arbitrariedades en nombre de salvaguardar lo “humano” y la paz. Es claro que
las idealizaciones permiten siempre satanizar al adversario y sus proyectos,
y considerar angélico e incontaminado el propio punto de vista, que aparece
ignorado en tanto se señala solamente los errores adscriptos a los demás:
toda actividad inquisitorial se basa en estos mecanismos síquicos y
discursivos. Quiero
pensar que el proyecto de Jonas es inocente de toda confabulación consciente
para mantenernos aterrorizados y que no respondería al uso planificado e
indebido de nuestra maltratada
inocencia por parte de los eternos “nobles”, que se alimentan de nuestra
inestable culpabilidad. Más bien quiero pensar que Jonas es un hombre de
voluntad débil que resiente el poder del poderoso y que teme al futuro
incierto y a toda transformación de su condición actual, ganada con esfuerzo.
Un pesimista conservador inocente, que inconscientemente trabaja para el
orden establecido. “Sucede que nuestras fuerzas nos
empujan de tal modo hacia delante, que no podemos soportar ya nuestras
debilidades y perecemos por ellas; también nos sucede que prevemos este
resultado, y, sin embargo, no queremos que sea de otra manera. Entonces nos
hacemos duros para con lo que debiera ser mimado en nosotros, y nuestra
grandeza es también nuestra barbarie. Tal catástrofe, que terminamos por
pagar al precio de nuestra vida, es un ejemplo influencia
general que ejercen los grandes hombres sobre los demás y sobre su época -
justamente con lo que tienen de mejores, con lo que ellos saben hacer,
arruinan a muchos seres débiles e
inexpertos, que están aún en su desarrollo y en sus comienzos - , y que por
esto son nocivos. El caso puede también presentarse donde sobre todo no hacen
más que perjudicar, puesto que lo que tienen mejor no es absorbido sino por
lo que en ello pierden su razón y su ambición, como bajo la influencia de una fuerte bebida: se
colocan en tal estado de embriaguez, que sus miembros se romperán en todos
los malos pasos a que les conduzca su borrachera(8)”
Friedrich Nietzsche (1) Nietzsche, F. “La
voluntad de Poderio” Aforismo 1(115). Edit. Edaf. Madrid. 1998. (2) Freud, S. “El
malestar en la cultura” (3) Ver Nietzsche,F. “La
genealogía de la moral”. Editorial Alianza. Madrid. 1992 (4) Moore, M. “Stupid
white men” Pág. 54-57. Ediciones B. Barcelona. 2003. (5) Ver Meyssan, T. “La terrible impostura”. Editorial
El ateneo. Buenos aires. 2002 (6) Nietzsche, F. “El
Gay Saber” en “El Eterno retorno. (Obras Póstumas)”. Parágrafo 28.
Editorial Aguilar. Buenos aires. 1949 (7)
Ver
Meyssan, T. “La terrible impostura”. Editorial El ateneo. Buenos aires. 2002 (8) Nietzsche, F. “El Gay Saber” en “El Eterno retorno.
(Obras Póstumas)”. Parágrafo 28. Editorial Aguilar. Buenos aires. 1949 BIBLIOGRAFÍA Freud, Sigmund. “El malestar de la cultura”. Freud, Sigmund. “ Esquema del psicoanálisis”. Editorial Paidós. México. 1997. Hegel. G.W.F. “
Fenomenología del espíritu”. Fondo de Cultura Económica. México. 1982. Jonas, Hans. “El
principio de responsabilidad”. Edit.Herder. Barcelona. 1995. Meyssan, Thierry. “La terrible impostura”. Edit. El Ateneo. Buenos aires. 2002. Moore, Michael. “Stupid White Men”. Ediciones B.
Barcelona. 2003. Nietzsche, Friedrich. “La genealogía de la moral”. Alianza Editorial. Madrid. 1992. Nietzsche, Friedrich. “El Gay Saber” en “El eterno retorno. (Obras póstumas (1871-1888)”. Edit.
Aguilar. Barcelona. 1949. Nietzsche, Friedrich. “ Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”. Edit. Tecnos.
Madrid.1998. Nietzsche, Friedrich. “La voluntad de poderío”. Obras póstumas. Edit. Edaf. Madrid.
1998. |
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