Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo. ISSN 1669-9092 |
KONVERGENCIAS LITERATURA Año II Nº 4 Primer Cuatrimestre 2007 |
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UNA TIERNA MALDICIÓN, DE OSWALDO ROSES PAUL GUILLÉN (PERÚ) |
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Parafraseando a Homi Bhabha, una nación sería una
narración, que se constituiría a través del ojo del tiempo, es decir, al
hablar de una supuesta identidad se remitiría a un pasado inmutable y
sagrado; esta concepción insustancial e idealista se pierde en la irrealidad
de los mitos. Es así como podemos entender la idea de nación ligada a una
fuerza simbólica; en ese sentido, no existe un progreso nacional, una línea
sin puntos de corle o quiebres semánticos y estructurales. Por ejemplo: ¿Qué
diferencia al poblador inglés de nuestro tiempo del poblador australiano, a
miles de millas de distancia, pero con una misma realidad globalizada? Las
fronteras son vacíos étnicos, espacios desde donde la idea de nación empieza
a formularse con sus grandes disyuntivas. Para el contexto del Siglo XIX,
Australia era el pueblo colonizado y bárbaro, mientras Inglaterra era la
nación civilizadora. Andando el tiempo, lo único que podría diferenciar a los
pobladores contemporáneos es que Australia no es más una colonia penal, donde
se envía a los criminales ingleses para que se rehabiliten: "Australia
fue fundada como colonia penal a finales del siglo XVIII, sobre todo para que
Inglaterra pudiese transportar allí su exceso de población de delincuentes
irredimibles e indeseables". (i)
Prosiguiendo con esta reflexión, Gayatri Spivak sugirió
que deconstruir la histríografía significa subvertir las relaciones jerárquicas
y prestar más atención a las minorías
étnicas, sexuales y políticas. Con la
irrupción de varios "post": post-colonialismo, post-modernismo, posl-feminismo,
no como secuencialidad (después de) o como polaridad (anti o contra), sino
como proyectos distintos, que se engarzan a través de imaginarios compuestos
por la cultura, el imperialismo y la persuasión como una forma de
manipulación, exclusión y culpa. Se hablaría de nuevas realidades híbridas,
heterogéneas, periféricas, descentradas, complementarias, que se
constituirían como frentes de resistencia contra el imperialismo. El modelo
neoliberal y la globalización, que plantean no un mundo ideal para todos sino
la hegemonía de un único mundo, con figurado como un imperio de grandes
superpotencias, nos hablaría de la supervivencia de esta retórica de la
persuasión. En el siglo XIX, este mismo imperio metropolitano estaba
compuesto principalmente por Francia, España (en franco proceso de
decadencia) e Inglaterra, que contaban con colonias de ultramar y que
desarrollaban, principalmente en sus novelas, miradas sobre el discurso de
civilización y barbarie. Las visiones
exóticas de Oriente, de la India, del Caribe, de África se desarrollan en la
novela histórica decimonónica de Walter Scott, Dickens, Kipling, Conrad,
Dumas, Pushkin o Pérez Galdós. Estos intersticios, entre narración y nación imperial, nos informan sobre la configuración
geocultural y política de Occidente.
Desde el Siglo XIV, Europa se habría consolidado con los viajes de ultramar,
el comercio y la hegemonía de España y Portugal; en el intervalo que va del
Siglo XVI hasta la primera mitad del Siglo XVII, a este predominio se sumaría
Italia, para que luego, a inicios del siglo XIX, el poder central recaería en
Inglaterra, Francia y Alemania (ii).
Estas estrategias de configurar la cultura como un
proceso conflictivo se encuentran relacionadas con el flujo de la migración y
la mixtura de las 'identidades nacionales imperiales'. De esa manera,
entendemos por cultura no sólo un concepto ligado al archivo de lo mejor de
cada sociedad, sino también a todas las prácticas sociales, económicas y
políticas, incluidas las del saber popular, y
aún es más, la cultura "es una especie de teatro en el cual se
enfrentan distintas causas políticas e ideológicas. Lejos de constituir un
plácido rincón de convivencia armónica, la cultura puede ser un auténtico
campo de batalla" (iii). Este poder de narrar o impedir que otros
relatos emerjan hacia la superficie pública es decisivo para la cultura y
para el imperialismo. En ese sentido, dentro del panorama de la segunda mitad
de la poesía española del Siglo XX destaca la antología Nueve novísimos poetas españoles (1970), de José María
Castellet, que a pesar de no incluir a Antonio Colinas, Jorge Justo Padrón,
Luis Antonio de Villena o José Miguel Ullán, se constituyó como el referente
hegemónico de la llamada última promoción de posguerra. En ese contexto, y
luego de la irrupción de los postnovísimos, Oswaldo Roses, poeta y pensador
malagueño, con tres poemarios publicados, nos propone un estro a la vez arcaizante
y moderno, primitivo y tecnológico, prístino y neurasténico, que nos recuerda,
en algunos trazos, la aventura poética de León Felipe, León de Greiff,
Gabriel Celaya, José Hierro o Jaime Gil de Biedma, poetas que desde la
reformulación de lo coloquial y la alienación trabajan el lenguaje no como un
simple vehículo de comunicación, sino como un espacio inarmónico y
discontinuo para la existencia del hombre. Esas "pasiones" o
tensiones significativas trabajadas en el texto a través de los temas del
amor, el exilio, la muerte, la orfandad nos indican una preponderancia y
apego a un imaginario romántico, complementado desde la modernidad en el
sentido de reasignar a la poesía la función de ser un lenguaje primordial,
original y lleno de verdad. Por eso, su cuarto poemario, Una tierna
maldición, se constituye como uno de los puntales de la nueva poesía
española contemporánea, una poesía diversa en sus variaciones como puede ser Jordi
Royo, Vicente Valero, Andrés Sánchez Robayna, Luis García Montera o Blanca
Andreu. Una tierna maldición, desde el punto de vista de su
construcción estructural, está conformado por 31 poemas repartidos en tres
secciones: 1. Un oasis de corazón en el viento, 2. Una tierna maldición, y 3.
El tiempo virgen. En uno de los poemas de la primera parte, "Siempre la
envoltura", se cuestiona, siguiendo a Gracián, el tópico barroco de la
apariencia: Siempre la envoltura glorifican aquí, / el perfume del
desprecio. El ser y la apariencia, en nuestro tiempo, también es un tema
de vital importancia, porque el sujeto moderno se encuentra más preocupado en
su propia glorificación que en la de los demás sujetos a los cuales tipifica
de objetos e instaura una relación dual, y por ello dolorosa y autista, una
relación de sujeto-objeto. En ese sentido, el libro de Oswaldo Roses es un
libro de matriz neorromántica, porque tiende a lo interior, a los
sentimientos, a las pasiones, a lo individual, a lo nacional, a lo subjetivo,
a la idealización de la naturaleza, a lo cósmico, y, además, expresa su
desconfianza ante la modernidad y su proyecto universalista: Enferma, pues, está la planeación del desvelo, la ventana ésa que abre el niño, el dibujo de la sonrisa nueva, la fábula de otrora selva, la música a todo correr, como plazca. Otro de los rasgos neorrománticos de la poesía de Rases
es su pasión por lo exótico: pórticos incas que lucen / como lloros
de Cristo. Y otro ejemplo lo encontramos en: hacia la mimbre de los
tiemblos araucanos. Para terminar podríamos englobar que la única razón
que mueve la poesía de Oswaldo Roses es la emoción y el amor: escribes
lentamente una razón: amor. NOTAS (i) Said, Edward: Cultura e imperialismo. Barcelona, Anagrama,
1990, p. 16. (ii) Mignolo, Walter: Herencias coloniale y
teorías postcoloniales.En Beatriz González
Stephan, Cultura y Tercer Mundo, Caracas, Nueva Sociedad, 1996. (iii) Bhabha,
Homi: El lugar de la cultura, Buenos Aires, Manantial, 2002, p. 14. |
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