Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo. ISSN 1669-9092 |
KONVERGENCIAS LITERATURA Año II Nº 4 Primer Cuatrimestre 2007 |
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“Ciudadela”
o el Humanismo de Saint-Exupéry SALVADOR LANAS (CHILE) |
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Comparto
esa visión respecto de que sólo unos pocos hombres, generalmente hombres de pensamiento
y de creación nacen dotados de un sentido especial que les permite descifrar
los signos de los tiempos. Sentido que
no es otra cosa que una sensibilidad profunda del espíritu que los hace aptos
para desocultar verdades decisivas de esa realidad misteriosa que es la vida
humana. Ese don que les permite intuir
y presentir las claves ocultas que van anudando la historia viva del ser
humano. A
esta clase de hombres pertenece el autor de “Ciudadela”. Saint-Exupéry, narrador mágico, perspicaz
aviador que traspasó fronteras, unió ciudades y pueblos diversos, emprendió
un vuelo mayor con destino a lo más profundo del espíritu humano. Lo que allí descubrió el hombre de Lyon se
convirtió en el motivo definitivo de su vida y se entregó con fuerza
abrasadora a comunicar a los hombres aquel descubrimiento. Conocer
al Saint-Exupéry de “Ciudadela” es un
impacto, un trauma, en el sentido primigenio del término, el sentido que le
daban los griegos, un thaumazein,
un quedarse con la boca abierta, un asombro con sentido admirativo. Adentrarse en “Ciudadela” es encontrar un
mundo que se quiere compartir. Hay un
impulso por comunicar ese evangelium,
esa “buena nueva”. Historia de un
texto El
manuscrito de “Ciudadela” fue comenzado en 1936 y acompaño a Saint-Exupéry en
su destierro en Estado Unidos. Allí,
en silencio la obra se apoderó de él hasta integrarse y revelarse. Porque
sólo en el silencio la verdad de cada uno se anuda y echa raíces. “Ciudadela” no es una obra concluida,
fueron reunidos los cuadernillos y publicados en 1948. Saint-Exupéry volcó en
estos manuscritos todas sus ideas, algunas de las cuales expuso en otras
obras. Pero no pudo terminarlos, la
muerte le impidió hacerlo. Porque cuando un hombre quiere manifestarse
plenamente, sólo lo logra con la muerte, pues el hombre que ha dicho una
verdad debe morir para que esa verdad suya sea definitiva. El
texto de “Ciudadela” que conocemos no contiene retoques ni correcciones con
el propósito manifiesto de dejar intacto el pensamiento de su autor. Esta obra de sintaxis peculiar, de
múltiples formas verbales, de giros hermenéuticos inesperados, de exégesis
mística, poblada de imágenes y metáforas,
matizada con pasajes anecdóticos y descriptivos, dan cuenta del pensamiento
de Saint-Exupéry en una atmósfera común que atraviesa todos los temas, la
atmósfera poética. “Ciudadela”,
como obra -en especial por su tono-, semeja un Libro Sagrado. Expone variadas historias, todas ellas con
un sentido claramente autónomo y que denotan un mensaje o una enseñanza. Cualquiera de estos temas bastaría para
justificar por sí solos la existencia de “Ciudadela” como obra. Así por ejemplo la hermosa “plegaria de la soledad”, (capítulo 124);
el dolor humano, (caps.19 y 27); su propuesta estética acerca del espacio,
(3); la libertad como ejercicio del alma, (95 y 99); el amor, la mujer y la
relación entre ambos, (203); la parábola de los jardineros, que trata del
amor por lo que se hace (219); y un motivo recurrente de muchos capítulos y
que aborda ese sentimiento que tanto valoró, la amistad, y que inspira muchas
de las más bellas páginas de “Ciudadela”. Ahora
bien, un libro sagrado puede tener múltiples temas, pero existe una finalidad
que los enlaza y les da sentido y por lo general está referido a una verdad
soteriológica, para aquellos que creen. ¿Cuál
es el sustrato que da sentido a los diversos tópicos de “Ciudadela”?, ¿cuál
es el hilo conductor que anuda los temas y les da continuidad y dirección? Todo
el pensamiento de Saint-Exupéry está encaminado a reivindicar el respeto
entre los hombres y la fuerza interior que lo acucia es la fervorosa
esperanza de que es posible construir un destino común para la
humanidad. Nadie concluye su tarea aunque el triunfo o el fracaso le hagan
pensar así. Porque realizarse es
continuarse en una comunidad en la que cada individuo busca su perfección
para perfeccionar el conjunto. ¿Por
qué decimos que “Ciudadela” expresa el pensamiento de Saint-Exupéry? Todo
pensar genuino -ya sea filosófico, científico o artístico- se origina en un
preguntar genuino, más todo pensar tiene una dimensión primigenia que da
origen a su vez a un pensamiento mayor
y es esa actitud, esa disposición que
nos hace estar abiertos, abiertos a los demás, abiertos a la naturaleza,
abiertos al misterio… Saint-Exupéry,
pensador de intuiciones originarias y fundantes, se pregunta: qué
puedo, qué debo decir a los hombres. Acaso lo más prodigioso que pueda acontecer
al espíritu humano es dejarse tomar y arrebatarse por su propio objeto y que
su destino más grandioso sea ser arrancado de su propio quicio, no por un
poder externo que le haga violencia, sino a partir de su misma visión. Saint-Exupéry, en hondo silencio,
experimentó el misterio y descubrió una verdad que anidaba en lo más intimo
de su espíritu, verdad que quiso compartir develándola, desocultándola. El
espíritu humano tiene delicadezas, no entrega sus secretos al primero que
llega. Un destino común ¿De
qué manera Saint-Exupéry entrega su verdad, por qué caminos transita su
pensamiento? Saint-Exupéry vivió y conoció la fragilidad, la precariedad e
indigencia de la condición humana y asumió esa realidad, pero su mirada
apuntó también a aquella otra dimensión del ser humano tan real como la
anterior, aquella que habla de su grandeza y que deviene de su propia naturaleza. Grandeza que ha provocado las páginas más
bellas de la historia humana. No debéis buscar al hombre en su
superficie, sino en el séptimo piso de su alma, de su corazón y de su
espíritu. La
primera afirmación de Saint-Exupéry es que existe en el ser humano, ínsito,
inscrito en su propia naturaleza, la aptitud que lo habilita a conducirse de
acuerdo a su propio espíritu, esa disposición, esa actitud que los antiguos
griegos llamaban orthos logos y los
medievales recta ratio. Y en esta misma línea, Saint-Exupéry
manifiesta su convicción de que el ser humano es capaz de convivir con
verdades diferentes. El hombre inferior inventa el desprecio,
porque su verdad excluye a los otros.
Pero nosotros que sabemos que las verdades coexisten, no nos creemos
disminuidos reconociendo las del otro aunque ello constituya nuestro error. Esta visión ya la había proto-anunciado en
“Tierra de hombres”: Si tal religión,
si tal cultura, si tal escala de valores, si una forma de actividad
determinada favorece la plenitud en el hombre y liberan al gran señor que en
él yacía ignorado, entonces significa que esa escala de valores, esa forma de
actividad, constituye la verdad humana. Y
en el hilo conductor que Saint-Exupéry anuda sus temas resplandece el
hallazgo de Dios, Dios que comunica su ser y lo anida en el interior del
espíritu humano. Porque te hablaré un día de lo Absoluto, que es nudo divino, que
anuda las cosas… Dios te hace nacer, crecer, te llena sucesivamente de
deseos, de pesares, de alegrías y sufrimientos, de cóleras y perdones,
después te hace entrar en Él…El hombre es un ser destinado al misterio,
podemos decir que es un ser místico.
Esta religación con lo Absoluto es constitutiva de su propio ser. Es esa luz natural y esencial de que
hablaban los medievales. Es de lo que
habla X. Zubiri al afirmar que existe una dimensión teologal del hombre como
elemento constitutivo de la realidad humana y que no dice relación con creer
o no creer. En palabras de
Saint-Exupéry, el ser humano experimenta un gusto natural por la eternidad. Tenemos
pues una finalidad común, tema que nos hace entrar de plano en el nervio
mismo del pensamiento de Sait-Exupéry expresado en “Ciudadela”: el compromiso
con el ser humano, la profunda esperanza que tiene Saint-Exupéry de una ética
común, porque el ser humano no se
define por sus diferencias. Pues a semejanza del árbol nada sabes del
hombre si expresas su duración y lo distribuyes en sus diferencias; el árbol
no es semilla, después tallo, después tronco flexible, después madera
muerta. El árbol es esa fuerza que
lentamente desposa el cielo… El hombre es lo que es, no lo que se
expresa. Por cierto el fin de toda conciencia es expresar lo que se es, pero
la expresión es obra difícil, lenta y tortuosa y el error consiste en creer
que aquello no puede ser enunciado. La
existencia humana tiene un sentido y lo tiene para cada habitante de la
tierra, pero también hay un sentido común existente en los hombres, un
destino común. El ser humano está
hecho para el otro constitutivamente, está por decirlo así, transido del otro
y no importa si ese otro sea mi prójimo o ese otro viva en los confines de la
tierra. Saint-Exupéry
vivió en lo más íntimo de su ser esa dimensión de “otredad” o alteridad;
sintió la necesidad imperiosa del otro.
Compartió con hombres de rostros y pueblos diversos y en cada uno de
ellos se vio a sí mismo y lo expresó en las páginas más enternecedoras de
“Ciudadela”. Y si uno solo sufre en mi pueblo, su sufrimiento es grande como el de
un pueblo… El dolor de uno, te lo he dicho, vale el dolor del mundo. Y el amor de uno solo, por humilde que sea,
se equivale a la vía láctea y a todas las estrellas… Ese
gran aliento moral, ese humus que
subyace en toda la obra y esa atmósfera poética que la atraviesa, constituyen
el estilo que muestra en todo su esplendor y esplendidez al autor de
“Ciudadela”. Ciudadela morada interior de los hombres.
¡Ciudadela! te he, pues construido como
un navío, te he clavado, aparejado, después abandonado en el tiempo, que es
un viento favorable… bien he comprendido que el espíritu domina la
inteligencia, porque la inteligencia examina los materiales, pero solamente
el espíritu ve el navío y puede conducirlo. ¡Ciudadela! te construiré en el
corazón de los hombres. Ciudadela,
Ciudadela a la que siempre se vuelve y se encuentra algo inesperado,
inesperado como la amistad Ciudadela,
morada de los hombres, resuenan sus palabras finales, palabras que anudan el
silencio. He terminado mi trabajo, he terminado mi trabajo y he embellecido a
mi pueblo.
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